Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx - Paula Requejo Hernández
El día había amanecido encapotado, pero aun así, teníamos claro que aquello no nos impediría tener el mejor fin de semana de nuestras vidas. Mis cinco amigas y yo llevábamos esperando aquel momento como un niño a sus regalos de navidad, con demasiadas ansias.
Al llegar, la primera impresión del hotel no fue muy buena. Distaba mucho de las imágenes que habíamos visto en internet, pero su interior era totalmente distinto. Habíamos alquilado un dúplex que se convirtió en nuestra nueva casa nada más poner un pie en él. Lo más increíble de todo eran las vistas de nuestra terraza, justo enfrente teníamos la piscina. Podíamos ir de un lado a otro en un simple abrir y cerrar de ojos. Nos encontrábamos en una especia de nube de la que no queríamos bajar.
Todas necesitábamos desconectar de nuestra rutina. Contábamos las horas, los minutos e incluso los segundos que quedaban para abandonar por unos días nuestro pueblo y sentirnos un poco más libres. Quién me iba a decir a mí que a través del placer experimentaría tal grado de libertad…
A pesar de que eran muy pocos los rayos de sol, decidimos que la mejor manera de inaugurar nuestras merecidas vacaciones era dándonos un buen chapuzón en aquella piscina que tenía tan buena pinta y que estaba completamente vacía esperándonos. Mis amigas se divertían tirándose de mil maneras, chapoteando, haciendo el tonto mojándose unas a otras… Mientras, yo me relajaba en la tumbona sin prestarle atención a nada más que al sonido del agua y de los pájaros que revoloteaban por los árboles cercanos.
—¡Eh tú! —escuché que una de ellas me gritaba a lo lejos— Nosotras nos vamos ya, ¿te quedas?
Alcé la vista y contesté:
—Me quiero dar el último baño. Ahora voy —dije un poco somnolienta por el nivel de relax que sentía en todo mi cuerpo.
Me había quedado absolutamente sola, aunque podía escuchar perfectamente la música que provenía de nuestra terraza. Me acerqué hasta el borde de la piscina y sin pensármelo demasiado me lancé de cabeza siendo totalmente consciente de como el agua, un poco fría, se llevaba todo el estrés y la frustración de la semana a medida que me zabullía y salía de nuevo a la superficie.
—¿Está muy fría? —la voz de una chica sonó a mis espaldas. Aquella voz era tan suave y tan melódica que había retumbado en mis oídos causando una extraña reacción dentro de mí. Me había erizado la piel bajo el agua.
Me giré en un acto reflejo para ver a la dueña de esas palabras. Una chica de unos veinticinco años estaba de pie mirándome desde el otro extremo de la piscina. Su media melena negra caía lisa sobre sus hombros y resaltaba la palidez de su piel. Semidesnuda, tan solo cubierta por un bikini azul marino con topitos blancos, dejaba a la vista un cuerpo que a mí me pareció de lo más sensual.
Me entretuve observando sus pequeños pechos y sus kilométricas piernas. No podía apartar la vista de su anatomía y siendo sincera, a pesar de que nunca me había fijado de aquella forma en otra mujer, tampoco me detuve a preguntarme el porqué de sentirme tan fuertemente atraída por aquella desconocida.
—No mucho —respondí tímida y seria—. Al final te acostumbras —añadí.
No me respondió. Lentamente bajó los escalones metiéndose poco a poco en el agua. Cuando emergió, su pelo húmedo brillaba por el reflejo del sol. Desde la parte honda de la piscina vi como la chica nadaba en mi dirección, lo que me puso aún más nerviosa de lo que ya me encontraba. Esas sensaciones nunca antes me las había provocado una mujer.
Apoyó ambos brazos sobre el suelo blanco y dejó caer su cabeza encima de ellos. Sus ojos atigrados y su mirada intensa estaban puestos en mis pequeños, pero expresivos ojos marrones. Una sonrisa preciosa asomaba en su rosto y yo seguía sin entender el porqué de sentirme tan inquieta.
—Me llamo Aria —dijo sin más.
—Mi nombre es Zaira —contesté cortada.
No sabría decir si el roce de nuestras piernas fue provocado por el vaivén del agua o si por el contrario, fue algo intencionado por su parte e inconsciente por la mía. El caso es que nuestras pieles se tocaron durante unos segundos que para mí podrían haber sido semanas.
Ambas nos quedamos en silencio, sin apartar la vista de la mirada de la otra. De pronto su mano derecha acarició mi mejilla, apartándome un mechón de pelo que caía alborotado sobre mi rostro mojado. Desde ese instante, mi mente le pidió a todo mi ser que actuase sin pensar y eso fue lo que hice.
Recorrí con uno de mis dedos el contorno de sus labios impregnados de diminutas gotitas de agua. Dibujé sin darme cuenta un camino que acabó en el valle entre su cuello y sus hombros. Giró unos milímetros su cuerpo para quedar justo frente al mío y sus manos comenzaron a acariciarme por debajo del agua.
—No sé quién eres —dije con la voz quebrada por los nervios.
—¿Importa en este momento? —contestó acercándose a mi oído.
—A mí personalmente no.
Era verdad. En aquel preciso instante lo que menos me importaba era entender la situación, encontrar una explicación a la atracción que había sentido por una persona a la que no había visto más de diez minutos de mi vida. Lo único que me interesaba era apagar el ardor que me quemaba bajo la piel. Al parecer, nuestras preocupaciones iban a la par.
Agarró con delicadeza una de mis piernas y la colocó de tal forma que me quedé rodeando su cintura, con el suficiente espacio como para que ella pudiese introducir, tal y como lo estaba haciendo, su mano entre medio de las dos.
Alcé la vista intentando averiguar si alguien más estaba siendo testigo de lo que estaba ocurriendo en aquella piscina, pero no había ni rastro de otros ojos en los balcones o en las terrazas. Sin embargo, el ruido de la puerta de entrada llamó mi atención. Un chico más o menos de nuestra misma edad acababa de sentarse justo frente a nosotras, con las piernas sumergidas en el agua. Tenía un cuerpo bastante trabajado con un abdomen marcado que quitaba el aire y unos labios que me excitaron nada más verlos.
—Creo que deberíamos parar —dije en un hilo de voz, siendo consciente de que no era eso lo que me apetecía hacer.
—Es mi chico —la respiración se me cortó—. A ambos nos gusta vernos con otras personas, pero si te sientes incómoda… aquí no ha pasado nada —me sonrió.
Mis ojos se desviaron de un rostro hacia el otro. Mi pecho subía y bajaba muy rápidamente y empecé a notar un calor abrasador en la parte baja de mi vientre. Siempre había supuesto que una de mis fantasías era ser observada por otra persona mientras follaba, pero nunca imagine que podía llegar a hacerlo realidad y mucho menos con dos desconocidos que al final habían resultado ser pareja. Volví a centrarme en los ojos de Aria. Sin pensármelo mucho más volví a lanzarme a la piscina, aunque en esta ocasión se tratase de algo mucho más metafórico.
Mis labios colisionaron con los suyos y sentí como cada uno de los vellos de mi piel volvían a erizarse una vez más a la misma vez que mis pezones endurecían. Su boca me supo dulce y picante a la vez, era absolutamente delicioso. A lo lejos escuchaba la respiración fuerte y profunda de su novio, lo cual me excitaba mucho más.
La mano derecha de Aria, aún entre nuestros cuerpos, apartó la tela de mi bikini y sus dedos empezaron a acariciar mi clítoris suavemente. Los movimientos fueron incrementando el ritmo hasta convertirse en salvajes. Notaba como sus pezones también estaban endurecidos con mi mano derecha. Dejé de masajearlos con delicadeza para pasar a devorarlos, morderlos y lamerlos desesperadamente.
Introdujo sus dedos en mi interior haciendo que un gritito ahogado se perdiera entre la densidad del ambiente y que llegase hasta los oídos de nuestro espectador que no podía apartar sus ojos de nosotras. Ambas lo mirábamos de reojo para no perdernos ni un solo detalle de su expresión desbordada por ser testigo del placer que nos estábamos dando.
Al igual que Aria, introduje mis dedos en ella y compaginamos nuestras acometidas intercalándolas entre la lentitud y la rapidez que nuestras manos nos permitían. Estaba a punto de llegar un increíble orgasmo cuando sentí la presencia de una tercera persona cerca de nosotras. Su chico se había metido en el agua y se encontraba tan cerca que una de sus manos se había centrado en acariciar mis pezones mientras la otra hacía lo propio con su chica.
Aquello me había acelerado tanto que podía sentir como todo mi cuerpo temblaba avisándonos a los tres de que estaba a punto de estallar de placer. El novio de Aria cogió nuestras barbillas y entrelazamos nuestras lenguas en un increíble beso que sabía a locura, pero sobre todo a libertad. En ese preciso instante, un electrizante hormigueó me recorrió desde los pies hasta el cuello, que desembocó en un orgasmo que coloqué sobre las bocas de mis acompañantes.
...
Sentí como me relajaba, como me destensaba y como la libertad que había ido a buscar se entremezclaba tanto con el placer que me habían hecho experimentar, que era incapaz de distinguir una sensación de otra. Salí de la piscina, dándoles la espalda a la pareja. Envolví mi cuerpo aún tembloroso con la toalla y me giré para sonreírles.
—¡Un placer, Zaira! —dijo Aria.
—¡Un maravilloso placer! —contesté abandonando la piscina y dirigiéndome hasta la terraza donde mis amigas no tenían ni idea de lo que acababa de pasar.